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Las tortugas
Una misión clara.

Al frente de mi departamento tengo un lago. Algunos dirán que es un pantano, pero es un cuerpo de agua y me relaja.
Prácticamente todos los días camino frente a ese lago. Me ayuda a despertar, a salir de trabas mentales, y a relajarme después de un día lleno de Excel.
Hace un par de semanas estaba en una de esas caminatas, escuchando un buen podcast y ejercitando mis neuronas. De reojo, algo captó mi atención.
Una tortuga estaba llegando a la vereda desde el lago. “Tortuguiiiita, que buena, que choros que son estos animales” pensé.
No quise interrumpir mucho sus pensamientos caparazonados así que seguí mi camino alejándome un poco de la vereda. Estaba bueno el podcast, ya estaban empezando a fluir ideas.
Seguí caminando unos 5 minutos y de la nada entró un pensamiento a mi cerebro. ¿Dónde iba esa tortuga? Dándole una segunda vuelta, iba directamente en dirección a la calle.
Se me hizo un vacío en la güata. Pero pasó. Escuchará el ruido y volverá, me dije. Igual, el pensamiento “qué habrá sido de la tortugüita” no me soltó el resto de la caminata. Cuando ya venía de vuelta, me saqué los audífonos para estar atento a ver si la encontraba.
Y claro que la encontré. En la calle.
La verdad, encontré el caparazón. Apenas la vi, un auto le pasó encima y escuché un crrreaccckkkk que me llegó hasta el alma.
Cagó la tortugüita.
Me quedé el resto del día con una sensación muy rara. Sentí culpa, responsabilidad de no haberla ayudado.
Hace unos meses nos había pasado algo parecido mientras manejaba con la Isi. Vimos una tortuga en la mitad de la calle y me hizo parar. Con mi ansiedad en el techo (me estreso cuando manejo), puse las luces intermitentes y se bajó a mover a Donatello.
Eso debería haber hecho, pero por algún motivo no lo hice.
Y no es primera vez que me pasa.
No es primera vez que me quedo callado cuando debería decir algo en una reunión.
O cuando preferí no patear el penal por miedo a perdérmelo.
O cuando no dije nada cuando le hacían bullying a alguien.
Tengo varios arrepentimientos por no haber hecho lo que debería. No estoy solo, alguna vez leí que al final de nuestra vida la mayoría de arrepentimientos son por cosas que NO hicimos. Nos faltó coraje.
Así que después de esa experiencia, decidí nunca más dejar una tortuga cerca de la calle. En el último mes ya he salvado tres.
También, decidí que cuando mi miedo me lleve a quedarme callado y no decir nada, es cuando más tengo que pelear con migo mismo y hacer lo difícil.
Quizás no tienes tortugas frente a tu casa, pero seguro tienes un problema que has estado evitando. Esa conversación difícil. Ese cambio de hábitos.
Nunca habrá un momento perfecto. Un lunes en la noche tendrá que ser suficiente.