Frontón

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Volví a jugar tenis.

Cuando chico, competía con el fútbol para ser “mi deporte”. Me levantaba a las 4 de la mañana para ver a González dar cátedra en el Australian Open, y después intentaba copiarle y me deprimía.

Competí hasta que tenía 12 o 13. Mis últimos 3 torneos fueron idénticos. Ganaba relativamente fácil las primeras rondas, y en semi-finales me encontraba con Agustín Gajardo, que me ganaba 6-0/6-0.

No sabes lo que es la vergüenza hasta que alguien te manda con dos huevos para la casa.

Lo peor es que Agustín después perdía con Pablo Mora en la final, siempre. Ninguno llegó a ser profesional (Pablo se vino a estudiar a EEUU becado, era bueno bueno). Si me hubiera encontrado con un tal Francisco Verdugo me habría retirado incluso antes.

En los siguientes años jugué de vez en cuando, principalmente dobles con mi papá. Salí del colegio y ni siquiera me llevé mis raquetas a Santiago. Migraría al padel como muchos tenistas frustrados.

Pero este año volví. No solo a pelotear, volví a competir.

El esposo de una compañera de trabajo de la Isi mencionó que jugaba tenis. Para incentivar una amistad le dije que jugáramos (¿existe una mejor manera de hacer amigos que el deporte?). Terminamos un sufrido peloteo y me comentó que jugaba una liga, que siempre estaban buscando gente nueva.

Un par de semanas después jugamos un amistoso con el capitán de equipo (que también trabaja en planificación financiera). Me invitó formalmente al equipo. Además, por no estar “rankeado” en EEUU, la categoría en la que me pone el sistema es más baja de mi nivel. Bien por el equipo.

Jugué mi primer partido y ganamos fácil. 6-2/6-2. Mi ego empezó a subir, parece que no era tan malo para esto.

Hasta el siguiente partido, donde me expusieron. En particular, mi revés.

Si has jugado un deporte de raqueta y pelota sabrás que dominar el revés es lo que diferencia a un principiante de alguien que sabe lo que hace.

Hasta ese momento, había pasado piola. Pasaba pelotas, pero nunca con mucha confianza. Los rivales empezaron a ver eso, y me tiraron TODAS las pelotas a mi revés. Fallé un par y mi cerebro decidió que fuera de la cancha era mejor que dentro. Por milagro ganamos el partido, pero sentí la derrota moral.

Llegué de vuelta a la casa avergonzado. ¿Qué hice? Vi Youtube. Horas y horas de Youtube.

7 pasos para un revés fluido, una clase de Venus Williams, el revés de Carlitos Alcaraz en Slow Motion. Tomé infinitas notas mentales y partí a mi siguiente partido.

Igual de mal, quizás peor. Esta vez perdimos.

Más teoría no me iba a ayudar, necesitaba práctica. Iteraciones, consistencia. Ahí aterrizó en mi cabeza mi profesor de tenis de mi infancia, el gran Roberto Palma.

Todos los entrenamientos partían igual: al frontón.

Suena más glamoroso de lo que es. En la práctica es cambiar tu rival por la pared, un rival que nunca falla. Busqué paredes en Baton Rouge y partí con mi bolsito.

perdí todas mis pelotas arriba del muro

Funcionó. Todavía no estoy al 100, pero confío mucho más en mi revés, y gané un par de partidos en el camino.

Saliendo de la cancha

¿Por qué les estoy contando todo esto? Creo que hay una linda lección en mis andanzas tenísticas.

Hice parecer como que YouTube no sirvió de nada, pero no fue así. En uno de los videos, el profesor partía por elegir la tomada correcta (la forma de agarrar la raqueta). Sin pensarlo, la mía no era ideal. Ese pequeño cambio fue un mundo de diferencia.

Necesitamos una base teórica sólida. Si no, no vamos a confiar en lo que estamos haciendo. Una guía, un lineamiento, una filosofía.

Pero más importante es llevar eso a la práctica. Si no, se multiplica todo por cero.

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